Cosmética de lectura
Cuando la última página vuelve a estar pegada a la anterior y el vacío de la contraportada lapidando palabras ya disfrutadas hace mella, nos queda aún ese resabio en el ambiente donde resuenan nuestras realidades conectando con párrafos que se quedaron en la mente como inquilinos fijos.
Ahí, ahí es donde interviene el toque de maquillaje después de la hidratación a fondo con todo el libro absorbido ya. 😶👝💋💄👄
Basándonos en nuestros propios tonos y matices, vamos, poco a poco, tomando aditamento de lo que entendimos: Una buena sombra, un delineador que marca la diferencia, una barra de labios que colorea lo que quisiéramos hablar de lo leído, nos proporcionan compañía -al menos durante un tiempo- haciéndonos ver lo que nos rodea con el bagaje que asumimos permeablemente en nuestra piel.
Al límite del entorno, renglón a renglón, todas esas frases que nos iluminaron al ser leídas, van cobrando vida -ungidas por la misma existencia que tenemos a diario- e impregnan con otros arcoiris que antes desconocíamos el paisaje de lo cotidiano.
Está claro, tras la experiencia de un libro bien escogido, se abre la vista a un panorama siempre más amplio que emerge precisamente al cerrar las pastas. Toda profusión de detalles pintorescos aflora para abordar el mundo circundante y circular por él con el influjo amistoso.
Pronto, si la afición acucia, tendremos que desmaquillarnos para poder llevar puesto, irisado en el rostro, lo que otro autor o autora nos decore a través de nuestra propia mano portadora de esencias nutrientes o extractos reafirmantes en el placer de leer.

Páginas de Otoño, juguetes del viento son.
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